Desde que la caza se ha convertido en deportiva, la única acción positiva inequívoca del ser humano para con la naturaleza es ingerir sus frutos y luego defecarlos para diseminar las semillas. El resto de acciones tienen impacto negativo, unas veces de forma sutil y transitoria, otras, desastrosa. Y en esta afirmación incluyo la acción de los artistas, por supuesto.
Asumo que todo creador que trabaja en la naturaleza ha reflexionado alguna vez sobre si lo que está haciendo es lo correcto, que si va a dejar huella o si va a generar algún tipo de estrés en el medioambiente. Pues tal y como están las cosas en el mundo, sería francamente penoso esperar a la gota del artista para colmar el vaso. Si ese fuere el caso, de que haya un artista que jamás se hubiera planteado nada de esto, le sugeriría que volviera a su casa, a trabajar con papel y carboncillo.
Ahora bien, suponiendo que, como animales hacedores, no podemos evitar dejar huellas en la naturaleza, puesto que cumplirían una función vital para nosotros, sea de índole comunicativa (sincrónica y/o diacrónica), expresiva o ritual, habría que considerar, por consiguiente, qué acciones deberíamos limitar o sencillamente evitar. Para formular algún tipo de juicio deberíamos considerar unos cuantos factores, desde el tamaño hasta el uso de ciertos materiales. Con todo ello, estos factores o condicionantes nos deberían servir como referencia para futuras acciones, como un test de viabilidad medioambiental.
Antes de entrar de lleno en estas cuestiones, me gustaría hacer un pequeño inciso para hablar sobre tres dialécticas que en el caso del trabajo artístico aparecen como críticas, pero que, en el ámbito sociopolítico, suelen evadir el rechazo. Me refiero a las dialécticas expresión/progreso, natural/artificial, turistas/artistas. Sobre estas dialécticas hablo en otra entrada de este blog, vs naturaleza que recomiendo leer antes o después de esta publicación.
Retomando el hilo, las cuestiones sobre las que deberíamos reflexionar si un artista debe o no trabajar en la naturaleza (en favor de ella) son a mi entender siete:
- Reducir la praxis haciendo menos acciones en la naturaleza.
- Valorar la estética de la pieza para que no destruya la intrínseca.
- Restringir las dimensiones para influir lo menos posible ni estorbar.
- Minimizar el impacto para alterar lo menos posible la vida de los animales y plantas.
- Limitar la permanencia para reducir el riesgo de contaminación o modificación del entorno.
- Descartar materiales que no se encuentren el lugar o se degraden inadecuadamente.
- Reservar entornos para que existan lugares libres de cualquier acción humana.
De estos siete puntos, sólo tres pueden ser medibles o cuantificables de forma objetiva para el artista: las dimensiones, la permanencia y los materiales. El resto constituye un grupo en el que la medición puede resultar más complicada, sea por una cuestión de mayor cantidad de variables, por cuestiones estéticas difíciles de valorar o porque tenemos diferentes niveles de tolerancia.
Podríamos decir que mejor cuanto más pequeño, menos tiempo y usando materiales biodegradables o autóctonos. Quizás el paradigma sería el arte prehistórico, las pinturas rupestres y los megalitos. Teniendo en cuenta que lo que ha llegado a nuestros días es una ínfima parte: la pinturas no se hubieran conservado si no fuese por derrumbamientos en las cavernas que las aislaban y las construcciones megalíticas han sido restauradas por nuestros contemporáneos.
Ahora, volvamos al presente. Sería una buena noticia para la naturaleza que la acción artística cumpliera estos tres preceptos: pequeño, efímero y biodegradable o, cuanto menos, que cumpliera alguno de ellos. Y sin olvidar los otros cuatro, sería muy acertado que el artista reflexionara sobre esos puntos antes de realizar algún movimiento que dejara en jaque la naturaleza.
Veamos algunos ejemplos. El paradigma de la preservación serían el tipo de trabajos: Walking in a circle in mist (Long) o Two Autumns (Goldsworthy). Dimensiones manejables (un humano solo lo puede realizar), efímero (la misma naturaleza los acaba barriendo en cuestión de horas) y limpios (no hay materiales ajenos ni contaminantes).
Luego existen otro tipo de trabajos en los que no se cumplen dos o un criterio pero que no implican peligro de contaminación o que el mero hecho de existir supone un valor añadido par la percepción humana de la misma naturaleza. En este grupo cabría mencionar a Spiral jetty (Smith) y Fingermaze (Drury), ya que, o bien los cambios en el entorno son transitorios, o bien se ha realizado la pieza en un espacio casi inerte o de baja afectación.
Bajo ningún concepto deberían estar permitidos obras del tipo Surrounded islands (Christo/Claude) que alteran ciclos vitales de animales o plantas. O aquellas en las que materiales artificiales invaden el espacio o se degradan en el, permaneciendo largo tiempo. Hay que pensar y repensar si algo puede ser cortado, arrancado, extraído, movido, transformado o alterado sin consecuencias en el lugar de origen y final.
En resumen, considero que todo artista o comisario debería valorar las obras antes de su creación o antes de depositarlas en la naturaleza, debería preguntarse estas cuestiones y en especial las tres que destaco como más objetivas y básicas, ya que sería el colmo que los propios landartistas fueran los que al final se erigiesen como destructores de la naturaleza.
Ante, la duda, que la idea se quede en un esbozo.
© 2019, JGC.