Existen diferentes propuestas museísticas al aire libre como el Yorkshire Sculpture Park en el Reino Unido o el Chillida leku en España. Espacios amplios, rodeados de naturaleza, con un buen puñado de piezas escultóricas diseminadas en unas hectáreas para que los visitantes admiren y caminen, toquen y se hagan fotos. ¿Es esto Land Art? ¿Qué propósito tienen estos lugares? ¿Qué vida les espera a estas obra de arte?
Las dos propuestas mencionadas anteriormente corresponden a dos instituciones desiguales: el Chillida Leku recoge la obra del artista vasco básicamente y preserva su legado; y el YSP, por el contrario, reúne esculturas de muchos artistas reconocidos con estilos heterogéneos. Ambos tienen la virtud de concentrar mucha obra en un espacio relativamente asequible para el visitante de a pie, ya que no siempre es posible disfrutar de piezas al aire libre porque las distancias entre obras no permite el paseo como método de disfrute de las mismas. Incluso, estos lugares pueden ser visitados por personas con movilidad reducida, lo que los hace sumamente atractivos y prácticos.
Por el contrario, la acumulación de experiencias estéticas, en un formato parecido al de la sala de exposiciones, nos lleva a un concentración excesiva de estímulos y a veces una intromisión constante de los mismos de las otras obras cercanas. Porque las piezas no acaban de estar tan alejadas y se divisan con la mirada mientras uno está admirando un trabajo en concreto. Éstas no dejan de interactuar unas con otras, reduciendo el espacio natural a una pared blanca, cosa que pienso no debería suceder. La relación de las esculturas con el espacio debe ser importante, muchas no han sido ideadas como site-specific, obviamente, pero sí deben establecer una relación de convivencia con el mundo que las rodea. Pienso que las obras «en exteriores» deben emanciparse del resto de obras y de sus autores, como ocurre con El peine de los viento del mismo Chillida. El mismo artista afirmaba en Escritos: «La escultura debe siempre dar la cara y estar atenta a todo lo que alrededor de ella se mueve y la hace viva». Entonces digo, ¿y que supone que la obra haga su vida?
En realidad, en los parques o museos escultóricos se tiene una buena conservación de las piezas, tanto de la degradación material, como de mantener a raya la naturaleza (y los seres humanos) con la finalidad de preservar la longevidad de la obra y no pierda su integridad estética. Una especie de paternalismo que la acaba siendo especulativo, porque todo este gran trabajo de conservación repercute en la revalorización de las obras y de los artistas. Sin embargo, desde el punto de vista del Land Art, quizás estamos hablando de obra-momia, una forma de embalsamar el arte «de exteriores», tratándolo como una pieza «de interiores» pero con la particularidad de que está a pleno sol. Justamente, siempre me acabo remitiendo a la vanguardia norteamericana y su alejamiento de las galerías y museos, ¿no es esta una nueva forma especulativa de arte aunque aparentemente esté fuera del museo? Digo, aparentemente, porque esta extramuros.
En el título de este texto ya introduje mi idea sobre estos parques y su semejanza con el zoológico. Estamos hablando de instituciones que se dedican a preservar, especialmente especies en peligro de extinción, con una función educativa y científica, con una buena accesibilidad y al aire libre! ¿No les parece la comparación acertada? No tengo nada en contra de los zoos ni de los parques de escultura, aunque sí tengo claro que su función es una, y la vida de los animales-obras, otra. No sé si los animales-obra les gustaría estar encerrados, seguro que viven más años, pero la libertad también es igual de importante. ¿Son los animales-obra salvajes o domésticos?
Tengo ciertas incomodidades a nivel estético y conceptual ya que los parques de esculturas acaban siendo demasiado asépticos y las obras me parecen un poco maquilladas. Creo que acaban siendo más decorativas que otra cosa como un jardín. Como Garden Art podrían ser llamados estos lugares, que no les falta belleza, pero si más pulsión vital, aquélla que el artista tiene cuando crea una obra y que en el parque se acaba amansando con el tiempo y la protección, como les pasa a las fieras del zoo.
Jordi González Castelló
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